9.1.11

Carne de cañón


Tengo frío, me dijo esa mañana límpida de abril. Le calenté un poco de café que había preparado la noche anterior y arrimé la taza a sus labios. Pela, me dijo, apartando la boca, y yo comencé a soplar suavemente el líquido. Ahora sí, me parece que está tibio, le dije y deposité el recipiente entre sus manos.

Desde el cuarto llegaba la melodía susurrante de un bolero. Aquellos ojos verdes, en la voz y el español camuflado de Nat King Cole.

Él también tenía los ojos verdes. Me gustaba merodear su pecho lampiño con mi lengua, olerle la colonia en la nuca, morderla suavemente. Le decía hermoso te amo, no se me ocurría un te deseo, todo era lo mismo, amar, desear, coger, un solo infinitivo para el mundo escueto que éramos. Y el tiempo, tan futuro ciego aun con el sol opaco que brillaba ese otoño, los pasos veloces en la calle, las celosías entornadas de los vecinos, el silbido de buitres merodeando su carne.

2 comentarios:

fantasma dijo...

Me encanta el olor a pólvora de estas lineas, como la primer Alien, la ves a pesar que no esta.

andrea guiu dijo...

Una cierta inquietud, un cierto olor a pólvora que era también parte de la atmósfera de ese tiempo que el relato evoca... Gracias Fantasma por tu apreciación.